Cuando la kombucha está lista y con la cantidad de gas que te gusta, el siguiente paso es refrigerarla para detener la fermentación. El frío ralentiza la actividad del SCOBY y de las levaduras, manteniendo estable el nivel de burbujas y evitando que el sabor se vuelva demasiado ácido. Antes de meter las botellas en la nevera, abre cada una con cuidado para liberar el exceso de presión —especialmente si se han usado frutas o zumos en la segunda fermentación—. Este paso se conoce como “eructar las botellas”: basta con abrirlas ligeramente hasta oír el escape del gas y cerrarlas de inmediato.
Una vez en la nevera, la kombucha puede conservarse durante varias semanas sin perder calidad. Es importante mantener las botellas siempre en posición vertical para evitar fugas o derrames y abrirlas lentamente cuando se sirvan, ya que la presión interna puede aumentar si la bebida ha seguido fermentando ligeramente. Si notas que el gas es demasiado intenso, puedes dejar la botella unos minutos abierta en la nevera antes de servir. Por el contrario, si le falta efervescencia, déjala un día o dos más fuera del frigorífico y luego vuelve a enfriar.
Para disfrutarla al máximo, sírvela fría y evita agitarla: las burbujas naturales son delicadas. Puedes colarla si prefieres una textura más limpia o remover suavemente el fondo si te gusta conservar los sedimentos, que son inofensivos y ricos en microorganismos beneficiosos. Una buena kombucha debe tener un aroma fresco, sabor equilibrado y burbujas finas, sin olor a vinagre fuerte ni gas excesivo. Con el tiempo, irás reconociendo su punto ideal. Lo importante es recordar que esta bebida sigue viva: cuidarla, observarla y adaptarte a su ritmo es parte del encanto de hacer kombucha en casa.